martes, 9 de octubre de 2018

La identidad valenciana y el sentir nacionalista.

Hoy día 9 de octubre, se manifiesta con la máxima claridad la confrontación existente dentro del pueblo valenciano. La lamentable pugna entre dos bandos calificados de forma despectiva como “catalanistas” y los “blaveros”. Una guerra de símbolos (lengua, definición del país denominación de la lengua).
Una guerra que como todas tiene un trasfondo económico ya que de la misma tarifan varios políticos y empresarios, auténticos mercaderes de la manipulación emotiva de la ciudadanía que anteponen sus intereses personales a la buena imagen de su sociedad como pueblo desarrollado y cívico.

Posiblemente parte del problema se solucionaría si se solventará el enfrentamiento que surge de la cuestión lingüística. Esta meridianamente claro que el nombre de la lengua provoca fuertes discrepancias. Es de lógica supina que existe una sola lengua, ya que el catalán, el valenciano, el mallorquín, el andorrano y puestos a ser más reduccionistas, el barcelonés, el mahonés o el benidormero, son variantes de un mismo romance latín.
Tal vez, una denominación lingüística integradora y neutra como “idioma levantino”, “medilevantic” ect….

Nos obstante, resulta obvio dada la dilación de esta fuerte discrepancia intergeneracional enquistada en la sociedad valenciana, que para solucionar la cuestión cabría plantearse preguntas tales como ¿Cuándo nace la identidad valenciana? ¿La identidad española de base castellana se superpuso a otras ya existentes forjadas durante la Edad Media? ¿Nace la identidad valenciana en 1.238 con la creación del Reino de Valencia? ¿Cómo se forja la identidad valenciana entre pobladores provenientes de Aragón y de Cataluña? ¿Las identidades deben ir más allá de la simple pincelada cultural y presentar un proyecto político alternativo al del nacionalismo español?
¿Quién es más valenciano? ¿El que tiene cuatro abuelos valencianos, habla valenciano es fallero, cocina paella y tiene huerta con naranjas o el que es de padre tirolés o turolense y madre albaceteña o de Calahorra, es incapaz de pronunciar una o abierta y no distingue entre una navalate y una clemenvilla?

El actual concepto de identidad nacional nace en el siglo XIX, y por tanto no es la mismo que tenían en Europa cunado surgió en la Edad Media y que estaba más estrechamente vinculado a rasgos étnicos y culturales.
La identidad valenciana se forjó en torno a la defensa de los Fueros de Valencia y en contra de la aplicación en el nuevo reino de los Fueros de Aragón. La nobleza aragonesa era de la opinión de que las tierras conquistadas al sur del río Senia debían ser una prolongación de su reino. El rey Jaume I, desde su entrada triunfal en la ciudad de Valencia, crea un nuevo reino al que dota de unos usos y costumbres propias con la idea de acotar el poder de la nobleza. Este hecho crea un conflicto de intereses entre estamentos que perdurará a lo largo de más de cien años y que terminará forjando una nueva identidad, la valenciana.

Así en su origen, nuestra identidad se definió como un fenómeno inclusivo que no entró en confrontación total y directa con la catalana y aragonesa de los pobladores cristianos del nuevo reino, y que respondió a un proceso de identificación con los Fueros de Valencia primero y después con la ‘gobernanza’ de lo común del reino a través de las Cortes. En esta nueva identidad predominaban muchos elementos comunes con los catalanes, dada la mayoría demográfica proveniente de Cataluña y de otras zonas geográficas catalanófonas.
Posteriormente, diversas actitudes nocivas, algunas decisiones erróneas, intencionadas o involuntarias y varios factores exógenos derivados del devenir provocaron la actual situación de bipolaridad manifiesta en una gran mayoría de los valencianos.

Actualmente, más allá de propuestas sobre la denominación de la lengua o el diseño de la bandera, lo que se requiere y no hay es voluntad de las partes y sobretodo de sus líderes por superar el conflicto.


Finalmente, preguntar si no es mejor ser un ciudadano honesto y ejemplar, educado que paga sus impuestos y se comporta de forma respetuosa con sus semejantes que enarbolar exacerbadamente una identidad como miembro de un pueblo. También reflexionar sobre la compatibilidad de ambos procederes y terminar apuntando que desgraciadamente en España cuando se habla de patriotismo o de nacionalismos siempre es por una bandera o un himno, nunca por una acción en favor de sus habitantes, nunca en favor de una región y nunca a favor de esa riqueza compartida que nos uniría y nos haría más fuertes a todos y cada uno de los ciudadanos.

martes, 20 de marzo de 2018

Hospital, servicio sanitario ¿Público, privado o concertado?


En el libre mercado la rentabilidad de una inversión se alcanza a partir de dos tipos de demanda, la de los mercados de masas donde el número de individuos que quieren un mismo producto es el factor que crea la rentabilidad, y la exclusiva donde un grupo pequeño de alto poder adquisitivo demanda un producto específico. Existe, así pues, siempre un grupo de consumidores cuyos deseos no resultan atractivos para ningún oferente puesto que no van a proporcionarles una rentabilidad mayor que la que puedan obtener depositando su dinero en algún producto financiero sin riesgo.
Por tanto, al no existir oferta, sus necesidades no se verán satisfechas, aunque sean básicas y fundamentales.
Es decir, el libre mercado por si sólo jamás puede cubrir las necesidades sociales para toda la población porque por su propia dinámica intrínseca, distribuye los bienes en función de una demanda variable.

Ahora bien, ¿Es variable la demanda de las necesidades básicas? Obviamente no, puesto que son necesidades comunes a todos los ciudadanos y, por tanto, el libre mercado por su comportamiento natural expuesto con anterioridad no es capaz de garantizar una oferta universal.
En consecuencia, nos vemos abocados a determinar que las necesidades básicas, tanto sociales como individuales, no se pueden dejar en manos de "las fuerzas del mercado" porque estas son incapaces de satisfacerlas completamente.

Así pues, no sería lógico derivar determinadas áreas del sector público al sector privado ya que este se sustenta y se mueve en función de la rentabilidad esperada. Es más, de efectuarse este trasvase, en el mapa social encontraríamos una clase alta que demandaría una ampliación del servicio basado en la economía de mercado y que, al mismo tiempo, exigiría una reducción del servicio público puesto que no les proporcionaría ninguna utilidad ya que no serían usuarios de este.

En otras palabras, un sector público planteado como una red de protección para las clases más desfavorecidas siempre padecerá problemas de financiación, lo que hará que los servicios ofertados tengan muchas dificultades para alcanzar un estándar de calidad adecuado, más aún si además consideramos que sus usuarios, personas con menos recursos, tendrán mayor cantidad de necesidades básicas no cubiertas. Esto lógicamente, derivará en una debilitación de la cohesión social y en la aparición de los problemas sociales consecuentes de esta.
Por consiguiente, hasta que no se dé la situación en que todos los ciudadanos puedan sacar verse beneficiados por los servicios públicos, el interés en que estos servicios sean de buena calidad no será global.

Finalmente, y en consonancia con la pretensión de crear un sistema democrático justo, el valor de los ciudadanos en función del cual se distribuyen los recursos fundamentales que estos requieren, deberá ser idéntico. Dicho de otra forma, aquellos servicios básicos para que las personas puedan desarrollar sus proyectos vitales deben ser homogéneos a fin de que se respete la justa igualdad de oportunidades. Implícitamente esto supone que la opción de acceder a estos medios o herramientas básicas debe ser un derecho universal de cada ciudadano en virtud de su particularidad individual, es decir, de su valor como ser humano.

En la práctica, forzados por una lógica aplastante, la única conclusión posible es que la educación, sanidad, y las pensiones deben ser únicamente públicas.