En esta señalada efemérides, no en vano se cumplen ya 30 años, he creído oportuno dedicar una entrada en este nuestro blog a poner en negro sobre blanco aquel momento histórico.
La transcendencia
de aquel momento que ya la refleje en la tercera entrada de este blog se debe a
que, según la inmensa mayoría de historiadores desde una perspectiva política
no estrictamente institucional, la transición concluye en aquella jornada electoral del
jueves 28 de octubre de 1982 con la victoria (la más holgada de nuestra
democracia, 202 escaños) del Partido Socialista Obrero Español que supuso un
indudable y significativo cambio político y la consumación de la alternancia en
el poder.
Suresnes, un inicio inesperado
El trayecto se había iniciado aquel 13 de octubre de 1974. Ese día en un pequeño municipio pegado a París que responde al nombre de Suresnes, se clausuraba el XIII Congreso del PSOE. En aquel momento el partido de Pablo Iglesias contaba con poco más de 2.500 militantes, acaba de salir de una grave y dolorosa escisión y tenía sólo un relativo respaldo de la Internacional Socialista. Además, los dirigentes surgidos de aquel congreso clandestino eran prácticamente desconocidos en los medios de la oposición antifranquista de Madrid, donde la Junta Democrática mantenía una hegemonía indiscutible e indiscutida.
Por
tanto, resultaba verdaderamente difícil sospechar que precisamente, en aquel
acto celebrado en el teatro municipal Jean Vilar de Suresnes, se iniciaba la
carrera que iba a llevar al PSOE a dirigir España desde el Palacio de la
Moncloa en el breve espacio temporal de ocho años.
Octubre del 82, el momento había llegado
La caravana socialista, formada por dos autobuses alquilados que habían sido utilizados por las selecciones de Perú y Austria en el reciente mundial de fútbol (la imagen del torneo era la del bullicioso presidente Sandro Pertini celebrando el triunfo de la escuadra italiana de una forma tan espontánea que logró ganarse la admiración y el afecto de los aficionados), se puso en marcha el 1 de octubre. Con el consentimiento de Felipe González y la aprobación de Alfonso Guerra, se diseñaron las rutas a seguir por el mapa de España para cumplir con los 49 mítines programados.
Especialmente
emotivos resultaron los mítines de Madrid y Sevilla. En el primero, González
apeló al principio de igualdad de oportunidades. “Quiero que sepáis, los que vivís
aquí en Madrid, que un niño que nace en cualquier zona rural tiene veintitrés
veces menos oportunidades de llegar a ser universitario que cuando nace en el
seno de una familia acomodada en Madrid”, con estas palabras se dirigió a un auditorio
de medio millón de personas que gritaban y aplaudían como si se les estuviese
invitando a inaugurar de nuevo la historia. En el segundo mitin, el de Sevilla
con el que se cerró la campaña, a Felipe
lo esperaba Alfonso Guerra que le precedió en el uso de la palabra. La alocución
de ambos resulto verdaderamente emotiva. Felipe subrayó las palabras de Alfonso
a quien calificó como su amigo de siempre.
La
escalada había sido dura, pero no muy larga. En apenas poco más de ocho años
iban a pasar de la clandestinidad al poder.
El
día 27, en la jornada de reflexión el Rey convocó a Leopoldo Calvo Sotelo,
presidente en funciones, Felipe González, Manuel Fraga, Laudelino Lavilla, Adolfo
Suarez, Santiago Carrillo y Miguel Roca a una reunión en el Palacio de la Zarzuela.
Juan Carlos I quería ejercer en aquellos momentos importantes el papel crucial
de moderador y árbitro que le daba la Constitución. Eran tiempos difíciles, los servicios secretos
habían acabado de abortar un golpe de Estado programado para ese día por la
ultraderecha. El miedo y la esperanza parecían hermanos siameses, aunque
dominaba la esperanza porque se escondía el miedo.
Al
día siguiente, a las 20.50 de la tarde Alfonso Guerra telefoneó desde el
cuartel general del PSOE instalado en la calle Bravo Murillo al chalet a las
afueras de Madrid en el que se encontraban Felipe y el resto de sus principales
colaboradores. Julio Feo descolgó el teléfono y fue cuando Guerra pronunció la
frase: “Pásame con el Presidente”. Guerra le dijo “Presidente, hemos obtenido
202 diputados”. Al oírlo Felipe ni se inmutó, no movió un solo músculo ni
cambio su tono de voz. A su alrededor los esforzados colaboradores de la ruta
de los veinte mil kilómetros se felicitaban y abrazaban. Felipe no quiso
descorche de cava ni gran celebración. Había transitado del sentido de la
responsabilidad al mismo sentido de la responsabilidad.
Aquella
noche, todos se fueron a dormir pensando en las enormes tareas que les
aguardaban. No en vano, Ortega y Gasset al analizar los males de la sociedad
española en 1920 profetizaba que “si España quiere resucitar es preciso que se
apodere de ella un apetito de todas las perfecciones”.
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